El Corsario Negro by Emilio Salgari

El Corsario Negro by Emilio Salgari

autor:Emilio Salgari [Salgari, Emilio]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 1897-12-31T16:00:00+00:00


5 - El odio del Corsario Negro

A la mañana siguiente, con la primera luz del día y la marea alta, entre el redoble de los tambores, el sonido de los pífanos, los tiros al aire de los bucaneros de La Tortuga y los ¡hurra! estrepitosos de los filibusteros de las naves ancladas, la expedición abandonaba el puerto, bajo las órdenes del Corsario Negro, del Olonés y de Miguel, el Vasco.

Se componía de ocho naves grandes y pequeñas, armadas con ochenta y seis cañones, de los cuales dieciséis se encontraban en el barco del Olonés y doce en El Rayo, con una tripulación de seiscientos cincuenta hombres entre filibusteros y bucaneros.

El Rayo, por ser el velero más raudo, navegaba a la cabeza de la escuadra, sirviendo de explorador.

Al tope del palo maestro flameaba la bandera negra a franjas de oro del comandante y en la cima del trinquete la gran cinta roja de las naves de guerra; detrás, en doble fila, venían los otros barcos, conservando la distancia necesaria para poder maniobrar sin peligro.

La escuadra salió mar afuera y se dirigió hacia occidente, en busca del canal de Barlovento, por el cual habría de desembocar en el mar Caribe.

Les acompañaba un tiempo espléndido y todo era favorable para la navegación tranquila a Maracaibo. Los filibusteros sabían, además, que la flota del almirante Toledo navegaba frente. a las costas de Yucatán, en dirección hacia México.

Tras dos apacibles días, la escuadra se disponía a doblar el Cabo del Engaño, cuando El Rayo comunicó la presencia de una nave enemiga en ruta a Santo Domingo.

El Olonés, comandante supremo de la expedición, ordenó que se la persiguiera, pues llevaba el estandarte de España. El barco enemigo se vio pronto rodeado y sin posibilidades de escapar. Habría bastado una andanada para hundirlo u obligarlo a rendirse, pero los soberbios corsarios tenían gestos incomprensibles y hasta admirables en ladrones del mar.

El Olonés ordenó por señales al Corsario Negro que la escuadra se colocara a la capa, y avanzó audazmente al encuentro del barco, para intimarlo a una rendición incondicional.

El buque enemigo, que en todo momento se había considerado perdido, respondió a la intimación con una descarga de sus ocho cañones de estribor. La batalla comenzó entonces con gran furia. Los españoles, aunque poco numerosos, decidieron defenderse valerosamente. Un duelo formidable de artillería se entabló con grave perjuicio para arboladuras y velas.

El Olonés estaba molesto. Seis veces intentó abordar la nave y otras tantas fue rechazado, hasta que en el séptimo asalto logró que la nave enemiga arriara su bandera.

La victoria fue un triste augurio para la gran empresa de los filibusteros, a pesar de que El Rayo durante el combate había descubierto a otro barco español oculto en una ensenada y lo había capturado tras una frágil resistencia.

La revisión de las dos naves tomadas les reportó un botín en mercaderías de gran valor, en lingotes de plata, en pólvora y en armas. Los filibusteros, que no querían prisioneros, los desembarcaron en la costa, repararon los daños de



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